viernes, 20 de septiembre de 2013

III Simposio de Literatura Infantil y Juvenil en el Mercosur

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Fui invitada, por Cecilia Bajour
-quien también coordinó la charla de esta mesa-,
junto a mis colegas Istvansch y Daniel Roldán,
.
Fue un placer volver a descubrirnos, coincidiendo en miradas,
sorprendiéndonos, sabiendo que los caminos que hacemos,
sin ser los mismos, nos encuentran.

Para quien tenga ganas, acá les dejo lo que leí.

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Agradecimientos:
Primero, a Cecilia por la invitación, el intercambio y algunas palabras mágicas que fueron de gran ayuda. Y también a otras cinco personas que con sus comentarios en una red social (que al final me gustaría leerles), sin saberlo, me ayudaron a volar: Alejandra Ferreyra, María Frascara, Sergio Andricain, Laura Rosendo y Miguel Yánover.

Una lectura sin título

Advertencia.
Si ustedes piensan que aquí voy a hablar de ilustración, digo que no; que voy a hablar de cosas sentidas, de un pedazo de mi vida que incluye ilustrar y hacer libros. Pude que toque alguna esquina, una curva, puede que compartan, que se sientan identificados. Y puede que no. Pero no dejen de escucharlo como algo íntimamente mío.

Primera parte
Reflexioné y escribí mucho acerca del tema que quería abordar en esta charla. Calculo que tengo unos diez comienzos diferentes que no pude seguir y menos terminar. Eran buenos comienzos, o al menos prometían seguir bien, pero no pude llevar ninguno adelante.

El lunes, me había propuesto sentarme hasta lograr adelantar con alguno y ponerle punto final. No pude, y escribí:

Hoy, se me escurren las palabras. Las pocas que pesco, cuando quiero hilvanarlas, se deshacen...
(Esta frase fue la que hice pública y acerca de la cual recibí algunos de los comentarios que después quiero leer).

Sigo.

Más tarde, caminando bajo la lluvia, pensé que esto no era casual. Es más, está absolutamente ligado a una parte de lo que querría compartir acá.

Cuando Cecilia me convocó para participar de esta mesa, acepté encantada pero llena de susto. Ésta, en principio, es la primera coincidencia, lo primero en lo que me detuve a pensar: cuando me convocan para ilustrar, siento exactamente lo mismo; me asusto, me pierdo.

Con un poco de pudor les cuento que detrás de ese susto, hay una pregunta ¿qué esperan de mí?
Sí, qué esperará Cecilia, que esperarán ustedes, que esperará el editor que me convoca.

Como la respuesta, si me animara a hacer la pregunta – a Ceci me animé y le pregunté-, seguramente sería “sé vos misma, hacé lo que sabés hacer”, me callo y lo intento.

Esa es la primera barrera que tengo que derribar para poder mirar hacia adentro y ser yo misma.

Pero acá hay otro tema: no tengo la menor idea de cuántas yo misma puedo ser con los otros.

Cuando me convocan para ilustrar, no estoy sola, estoy con otros. Otros que me ceden un espacio o que me invitan a compartirlo.

Una invitación a ilustrar es algo así como una invitación a vivir en una casa con muebles que ya tienen lugares asignados que en algunos casos puedo mover y en otros no. La casa trae consigo una historia, o un poema o un relato, tiene clima propio dentro de determinado formato. Puede que sea cuadrado o rectangular, pero ya está diseñado.

Acepto la invitación. Me dan la llave y me dejan sola en un espacio ordenado y con algunos vacíos.

Lo que tengo que hacer para sentirme cómoda, es reconocer el espacio, encontrar mis lugares, enamorarme de algunos rincones y convivir con lo que me rodea. Aunque mi manera de moverme sea parecida a la de siempre e intente mantener mis hábitos, es probable que me descubra distinta, que cambie horarios, que haga cosas que en otros espacios no hago. Pero necesito tiempo, y no siempre el tiempo que me dan alcanza para lograrlo. Son los tiempos editoriales.

Si los tiempos míos y de la editorial van de la mano, tengo chances de encontrarme con una yo misma nueva, de apropiarme del espacio y las palabras de otro, de reflejarme en ellas.

Pero las habitaciones, los libros, la forma de usar las palabras y los otros, no suelen ser los mismos. En cada libro nuevo, reaparece el susto, la incertidumbre de no saber quién soy ni voy a ser, ni si voy a responder a las expectativas porque, no nos engañemos, esas expectativas existen.

Mi parte más racional me dice que si existen es en base a lo conocido, y que si yo siguiera únicamente ese camino, el de hacer lo que aprendí a hacer y que creo que me sale bien, probablemente no fallaría. Pero me aburriría, no me sorprendería, no crecería, no me conmovería y mucho menos conmovería a otros. Así que no uso mi parte racional y me lanzo al susto como la primera vez, atravieso el túnel de lo desconocido y al final, aunque no es seguro, es probable que encuentre un lugar donde descubra a otra yo misma, hasta ese momento desconocida.

Vuelvo al comienzo. A los muchos y frustrados comienzos escritos para esta charla. Dije que fueron unos diez. Cuando me dispongo ilustrar un texto, hago exactamente lo mismo: dudo, pruebo, descarto, dudo, pruebo, descarto, hasta que entre una prueba y otra encuentro algo de mí misma de lo que no dudo más: el goce. El goce del material en sí mismo, el de la forma, el del color, el de lo no dicho, el de apropiarme del espacio y el de poder hacer de ese libro un libro mío.

Segunda parte.

Dije que reflexioné y escribí mucho acerca del tema que quería abordar en esta charla. Y es cierto.
Así que en esta segunda parte me gustaría rescatar algunas frases sueltas que aparecieron en los distintos escritos frustrados:

1- Nado en la incertidumbre.
2- Voy a construir una balsa con lo que tengo.
3- Estoy sola, no quiero ayuda, no quiero que me rescaten.

Las tres frases las escribí en relación a mucho de lo que siento cuando ilustro. Pero después me di cuenta de que puedo aplicarlas de alguna forma a lo que me pasa cuando hago un libro escrito, dibujado y diseñado por mí.  Un que es otra yo misma, una con cuarto propio.

1- No hay habitación, no hay espacio ni tiempo. Sólo una sensación, un recuerdo, una imagen, una palabra. No hay historia ni poema. Tengo que derribar paredes y levantarlas de nuevo, una y otra vez.
Nado en la incertidumbre.

2- Tengo un cuaderno en blanco. Puro vacío. Anoto una imagen, dibujo una palabra.
Voy a construir una balsa con lo que tengo.

3- En la orilla de mi isla, anoto dos imágenes, dibujo tres palabras. Cuatro rayas hacen de paredes y las contienen.  Ahora, ésa es mi guarida.
Estoy sola, no quiero ayuda, no quiero que me rescaten.

Son todas sensaciones, y todas responden  al comienzo, a cómo empiezo a gestar un libro en el que me apropio de todos sus lenguajes.
Digo y repito: hago un libro. No digo escribo, no digo ilustro, digo hago. Porque al hacerlo me adueño de los lenguajes de que dispongo y los uso todos, juntos, eligiendo de cada uno lo que más me sirva, como si fuesen almohadas, tornillos, tuercas, arandelas.
A veces es la palabra la que nombra, a veces se hace aire lo que siento, y es el blanco el que abre camino, a veces me provoco y lleno la página con un color para decir. A veces no sé para dónde ir ni cómo decir y son las palabras o las imágenes o el formato del libro los que me hablan, me dicen, me cuentan.

Cuando hago un libro, no siento que esté ilustrando, no me propongo seguir a una palabra, ni tampoco a la inversa. No me propongo. Me dejo llevar. Naturalmente, palabras, espacio e imágenes se codean, se empujan y se abrazan. Por eso no puedo decir que ilustre, ni que escriba, ni que diseñe… porque no es lo que siento que hago, aunque escriba, dibuje y diseñe. Busco equilibrio, un equilibrio que viene del instinto, de lo sensorial, de manotear, de encontrar, de perder. De hacerme y deshacerme. De multiplicarme en un caleidoscopio y ser pedazos de mí misma.

Para terminar, me gustaría compartir cinco comentarios que me alumbraron en el momento de escribir lo que acabo de leer, en referencia a la frase que leí al comienzo.
“Hoy, se me escurren las palabras. Las pocas que pesco, cuando quiero hilvanarlas, se deshacen...”

Será que hoy sos puro sentimiento y para algunos de esos sentimiento habrá que inventar palabras nuevas. Alejandra Ferreyra

Que no se asomen al papel no quiere decir que no estén. Solo están tímidas. Se organizan en tu interior para asomar mañana. María Frascara

A veces son así, huidizas, pero siempre regresan. Conocen a las personas que las quieren y las necesitan. Sergio Andricain

tal vez sea momento de contar eso mismo, de las palabras que juegan con nosotros a las escondidas... Laura Rosendo

es una bendición que da vértigo, que pertenece a otra esfera, la de los sentimientos "sin palabras", el aceptar no saber decir, y sentir....si uno se abandona...si larga amarras....deberían formarse poco a poco camalotes, y luego islas, y con paciencia, lugares en donde se pueda poner el pie, y caminar y descubrir....y volver a hablar.... Miguel Yanover

A elllos y a ustedes, gracias por escuchar (y ahora que lo publico, gracias a quienes se acercan y leen).

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4 comentarios:

Ale Karageorgiu dijo...

Gracias, María, por compartir tan bellas palabras. Porque, en definitiva, de eso se trata, no? De ser uno mismo, y de ser también con los otros. Siempre sucede que podemos encontrar en otros esas palabras que quisiéramos poder decir, esas imágenes que nos identifican de alguna manera, que nos acercan a los demás y a nosotros mismos.

silvana tavano dijo...

É como você diz: deixar-se levar -- e é tão bom quando finalmente entramos nessa estrada.

um beijo!

Núria Freixa Domènech dijo...

Este caleidoscopio es màgia,és ilusión, sentimiento, búsqueda, cambio,color...tu voz, que hacemos nuestra.

Núria Freixa Domènech dijo...

Este caleidoscopio es màgia,és ilusión, sentimiento, búsqueda, cambio,color...tu voz, que hacemos nuestra.